
Basándose en la novela de Antonio Soler (responsable también del guión) y a través de un lenguaje poético, a veces casi abstracto, Banderas nos cuenta en un tono onírico y pesimista los miedos, frustraciones, descubrimientos y despertares que implican al paso de la adolescencia a la primera madurez, momento en el que han de tomarse las primeras e importantes decisiones de la vida. Banderas no se lo pone fácil a un público que espere una historia de adolescentes alocados y de pocas luces. Prefiere, al contrario, ahondar de forma compleja y arriesgada en las experiencias vitales de sus protagonistas, observados por un aspirante a locutor de radio interpretado por el televisivo Fran Perea que hace las veces de narrador.
Para dotar a la película de un tono poético y en cierto modo melancólico (en el que en ocasiones, especialmente hacia el final, se advierten influencias del cine de Almodóvar), Banderas se sirve del estupendo trabajo de fotografía de Xavier Giménez y de la música de Antonio Meliveo, también productor de la película.
En el terreno interpretativo destacan sobre todo los trabajos de Alberto Amarilla, Raúl Arévalo y la colaboración de Victoria Abril.
Puede que a veces a Antonio Banderas se le vaya la mano, que no todos los personajes estén suficientemente bien engrasados en la narración de la historia, que haya un cierto vaivén en el (los) tono(s) que desarrolla la película (momentos de gran belleza se mezclan con escenas más burdamente resueltas, sin alcanzar el suficiente equilibrio), que haya algunos altibajos en el ritmo y que la voz en off resulte innecesaria y excesiva en la mayoría de los casos, pero “El camino de los ingleses” presenta en su conjunto un relato arriesgado, valiente y sincero que demuestra el intento de Banderas por hacer una obra artística por encima de resultados en taquilla y concesiones a la galería.
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