De entrada, diré que no comparto el entusiasmo y la devoción generales hacia el cine de Martin Scorsese. Si tuviera que hablar de obras maestras diría que sólo tiene una: “La edad de la inocencia”, una de las poquísimas películas del italoamericano en las que los personajes femeninos no se limitan a ser más que un obstáculo o una incomodidad para que los masculinos alcancen sus propósitos y la única en toda su larga filmografía en la que habita un personaje femenino fascinante y arrebatador: el interpretado admirablemente por Michelle Pfeiffer.
Pienso que Scorsese tiene películas muy buenas, buenas, regulares y malas. En su estilo habitual hay varias cosas que me irritan con frecuencia: creo que a veces se pasa con movimientos de cámara gratuitos y mareantes (para los críticos, lo que en Brian De Palma es efectismo barato y esteticismo innecesario, en Scorsese es un ejemplo de realización vigorosa y puesta en escena llena de energía), su velocidad narrativa a veces resulta cansina y contribuye a distraer incongruencias argumentales, sus continuas voces en off a veces resultan innecesarias, la duración de varias de sus películas es excesiva, su continuo rollo cristiano aburre en bastantes de sus películas…
Dicho lo cual, creo que en general Scorsese es un muy buen director que en varias ocasiones ha dado muestras de un gran talento.
Intuyo que muchos de los que se declaran admiradores apasionados de toda la obra del “maestro” no conocen sus mediocres comienzos en películas anodinas como “¿Quién llama a mi puerta?” o “El tren de Bertha”. Su cine comenzó a llamar la atención con su tercer largometraje, la sobrevalorada “Malas calles” (1973), en la que se encuentran varias de sus constantes cinematográficas futuras, incluyendo defectos y virtudes. Después vendría la olvidable “Alicia ya no vive aquí”, especie de folletín con personaje femenino agotadoramente histérico interpretado por una histriónica Ellen Burstyn. Con “Taxi driver” llegaría su primera gran película, con un Robert de Niro convertido en estrella gracias a su trabajo en la segunda parte de “El padrino” de Coppola. La historia del solitario y desquiciado taxista que deambula por las calles de Nueva York fue también el primer éxito comercial de Scorsese, al tiempo que otros compañeros y amigos conquistaban a la crítica y al público de medio mundo con sus películas (las dos partes de “El padrino” de Francis Ford Coppola, “Tiburón” de Steven Spielberg o “Carrie” de Brian de Palma).
Scorsese se enfrenta entonces a una película musical de alto presupuesto con la que pretende rendir homenaje a los musicales del Hollywood clásico. “New York, New York” (1977) es una interesante película (excesivamente larga en su versión extendida de más de dos horas y media) que fracasó en taquilla. Tras el rodaje del último concierto de The Band mostrado en “El último vals” (1978), rueda su segunda gran película, “Toro salvaje” (1980), la historia de ascensión, éxito y caída del boxeador Jake La Motta interpretado por un intenso Robert De Niro.
Los ochenta serían unos años irregulares para el cine de Scorsese. Filmó la mediocre “El rey de la comedia” (1983) y la curiosa comedia negra “Jo, qué noche” antes de hacer una muy interesante secuela del clásico “El buscavidas” llamada “El color del dinero” (1986), de nuevo con un excelente Paul Newman.
Si “Taxi driver” había sido controvertida por su violencia explícita, la mayor polémica de su carrera llegó con “La última tentación de Cristo” (1988), la plasmación definitiva de las inquietudes religiosas con las que Scorsese fue trufando buena parte de su filmografía. La película plantea una visión interesante sobre la figura de Jesucristo pero, una vez más, resulta excesivamente larga. La década terminaría con uno de los tres capítulos de la película colectiva “Historias de Nueva York” que firmaría junto a Francis Ford Coppola y Woody Allen.
En 1990 estrena un clásico del cine de gangsters, “Uno de los nuestros”, película que de alguna forma vuelve a los ambientes callejeros de “Malas calles”. Se trata de una película muy interesante, ágil, por momentos brillante, pero que también adolece de algunos de los tics más típicos del cine de Scorsese (excesivo metraje, excesiva voz en off, excesiva música machacona… en definitiva, excesiva).
Después, Scorsese apostaría por el cine de encargo y los remakes hollywoodienses con una nueva versión de “El cabo del terror”. En “El cabo del miedo” (1991), el cineasta apuesta por aprovechar el éxito que el thriller disfrutaba en aquellos años (gracias a títulos como “El silencio de los corderos” o “Instinto básico”) y le sale una película interesante, fácil de ver, con momentos muy conseguidos y con un tramo final no muy convincente.
Después llegaría el giro total a su cine. De la violencia, el ritmo frenético y el rock and roll constante, Scorsese pasa a la delicadeza, a la emoción sin artificios y a la poesía de “La edad de la inocencia” (1993), su película más emotiva y hermosa. Por una vez, Scorsese hace un retrato de un personaje femenino admirablemente y consigue una película exquisita en todos sus aspectos. Sin embargo, en el fondo, sigue hablando de los difíciles equilibrios de poder que también plasma en películas como “Casino” (1995), vuelta al cine de mafiosos, esta vez de alta estofa, ambientada en Las Vegas. Se trata de una de sus mejores películas. A pesar de su larga duración, de su excesiva voz en off y del pelma de Joe Pesci haciendo un personaje calcado al que ya hizo en “Toros salvaje” y sobre todo en “Uno de los nuestros”, se trata de una película vibrante, llena de nervio e intensidad.
“Casino” sería su última gran película en mucho tiempo. En 1997 firma “Kundun”, una decididamente aburrida película sobre el budismo y dos años después nos castiga con la película más artificiosa y boba de cuantas haya filmado, “Al límite” (2000), pretendido regreso al universo de “Taxi driver” con un Nicholas Cage absolutamente sobreactuado, un guión inverosímil y un tono divertidamente trepidante (rock and roll a todo volumen, carreras de ambulancias…) que en nada se corresponde con lo narrado.
La muy esperada “Gangsters de Nueva York” (2002) prometía un regreso al cine de las mafias de Nueva York que tan bien se le da a Scorsese, aunque esta vez retrocediendo un siglo. El resultado fue una película de nuevo excesivamente larga, excesivamente sobreactuada (Daniel Day Lewis está insoportable) y excesivamente histérica en su puesta en escena. Todo pretende ser a lo grande, ampuloso y apabullante para el espectador, pero a la postre resulta cansino y reiterativo. En cualquier caso, esta película sería el primer encuentro entre Scorsese y el que sería su nuevo actor fetiche, Leonardo DiCaprio, tras su fructífera unión artística con Robert De Niro.
De nuevo con DiCaprio, rodó la nuevamente excesiva “El aviador” (2004), anodina recreación de la vida de Howard Hughes que parecía planificada al detalle para ganar el tan ansiado Oscar que a Scorsese se le venía escapando desde hacía más de 35 años.
Tendría que esperar hasta “Infiltrados” (2006), remake de la película “Infernal affairs”, tras un extenso documental sobre Bob Dylan (“No direction home”, de 2005), para conseguir el Oscar. “Infiltrados” recupera un pulso que Scorsese no mostraba desde “Casino”. No es una obra maestra pero sí un muy interesante thriller, largo pero mucho más ligero que la mayoría de sus películas de extensa duración, entretenida y vibrante. DiCaprio hace un buen trabajo, en contraposición a un sobreactuado Jack Nicholson.
Habrá que admitir que Martin Scorsese es uno de los cineastas más importantes de su generación y que con el tiempo será todo un clásico, pero a mí en su cine me falta capacidad de síntesis y me sobra un cierto tono de "qué guay es la mafia, tío, qué guay el rock and roll de los 50, cómo molan las peleas y las carreras de coches". Si hablamos de mafia, que me pongan la trilogía de “El padrino” de su amigo Francis Ford Coppola. Esas sí son, al menos las dos primeras, obras maestras.
Pienso que Scorsese tiene películas muy buenas, buenas, regulares y malas. En su estilo habitual hay varias cosas que me irritan con frecuencia: creo que a veces se pasa con movimientos de cámara gratuitos y mareantes (para los críticos, lo que en Brian De Palma es efectismo barato y esteticismo innecesario, en Scorsese es un ejemplo de realización vigorosa y puesta en escena llena de energía), su velocidad narrativa a veces resulta cansina y contribuye a distraer incongruencias argumentales, sus continuas voces en off a veces resultan innecesarias, la duración de varias de sus películas es excesiva, su continuo rollo cristiano aburre en bastantes de sus películas…
Dicho lo cual, creo que en general Scorsese es un muy buen director que en varias ocasiones ha dado muestras de un gran talento.
Intuyo que muchos de los que se declaran admiradores apasionados de toda la obra del “maestro” no conocen sus mediocres comienzos en películas anodinas como “¿Quién llama a mi puerta?” o “El tren de Bertha”. Su cine comenzó a llamar la atención con su tercer largometraje, la sobrevalorada “Malas calles” (1973), en la que se encuentran varias de sus constantes cinematográficas futuras, incluyendo defectos y virtudes. Después vendría la olvidable “Alicia ya no vive aquí”, especie de folletín con personaje femenino agotadoramente histérico interpretado por una histriónica Ellen Burstyn. Con “Taxi driver” llegaría su primera gran película, con un Robert de Niro convertido en estrella gracias a su trabajo en la segunda parte de “El padrino” de Coppola. La historia del solitario y desquiciado taxista que deambula por las calles de Nueva York fue también el primer éxito comercial de Scorsese, al tiempo que otros compañeros y amigos conquistaban a la crítica y al público de medio mundo con sus películas (las dos partes de “El padrino” de Francis Ford Coppola, “Tiburón” de Steven Spielberg o “Carrie” de Brian de Palma).
Scorsese se enfrenta entonces a una película musical de alto presupuesto con la que pretende rendir homenaje a los musicales del Hollywood clásico. “New York, New York” (1977) es una interesante película (excesivamente larga en su versión extendida de más de dos horas y media) que fracasó en taquilla. Tras el rodaje del último concierto de The Band mostrado en “El último vals” (1978), rueda su segunda gran película, “Toro salvaje” (1980), la historia de ascensión, éxito y caída del boxeador Jake La Motta interpretado por un intenso Robert De Niro.
Los ochenta serían unos años irregulares para el cine de Scorsese. Filmó la mediocre “El rey de la comedia” (1983) y la curiosa comedia negra “Jo, qué noche” antes de hacer una muy interesante secuela del clásico “El buscavidas” llamada “El color del dinero” (1986), de nuevo con un excelente Paul Newman.
Si “Taxi driver” había sido controvertida por su violencia explícita, la mayor polémica de su carrera llegó con “La última tentación de Cristo” (1988), la plasmación definitiva de las inquietudes religiosas con las que Scorsese fue trufando buena parte de su filmografía. La película plantea una visión interesante sobre la figura de Jesucristo pero, una vez más, resulta excesivamente larga. La década terminaría con uno de los tres capítulos de la película colectiva “Historias de Nueva York” que firmaría junto a Francis Ford Coppola y Woody Allen.
En 1990 estrena un clásico del cine de gangsters, “Uno de los nuestros”, película que de alguna forma vuelve a los ambientes callejeros de “Malas calles”. Se trata de una película muy interesante, ágil, por momentos brillante, pero que también adolece de algunos de los tics más típicos del cine de Scorsese (excesivo metraje, excesiva voz en off, excesiva música machacona… en definitiva, excesiva).
Después, Scorsese apostaría por el cine de encargo y los remakes hollywoodienses con una nueva versión de “El cabo del terror”. En “El cabo del miedo” (1991), el cineasta apuesta por aprovechar el éxito que el thriller disfrutaba en aquellos años (gracias a títulos como “El silencio de los corderos” o “Instinto básico”) y le sale una película interesante, fácil de ver, con momentos muy conseguidos y con un tramo final no muy convincente.
Después llegaría el giro total a su cine. De la violencia, el ritmo frenético y el rock and roll constante, Scorsese pasa a la delicadeza, a la emoción sin artificios y a la poesía de “La edad de la inocencia” (1993), su película más emotiva y hermosa. Por una vez, Scorsese hace un retrato de un personaje femenino admirablemente y consigue una película exquisita en todos sus aspectos. Sin embargo, en el fondo, sigue hablando de los difíciles equilibrios de poder que también plasma en películas como “Casino” (1995), vuelta al cine de mafiosos, esta vez de alta estofa, ambientada en Las Vegas. Se trata de una de sus mejores películas. A pesar de su larga duración, de su excesiva voz en off y del pelma de Joe Pesci haciendo un personaje calcado al que ya hizo en “Toros salvaje” y sobre todo en “Uno de los nuestros”, se trata de una película vibrante, llena de nervio e intensidad.
“Casino” sería su última gran película en mucho tiempo. En 1997 firma “Kundun”, una decididamente aburrida película sobre el budismo y dos años después nos castiga con la película más artificiosa y boba de cuantas haya filmado, “Al límite” (2000), pretendido regreso al universo de “Taxi driver” con un Nicholas Cage absolutamente sobreactuado, un guión inverosímil y un tono divertidamente trepidante (rock and roll a todo volumen, carreras de ambulancias…) que en nada se corresponde con lo narrado.
La muy esperada “Gangsters de Nueva York” (2002) prometía un regreso al cine de las mafias de Nueva York que tan bien se le da a Scorsese, aunque esta vez retrocediendo un siglo. El resultado fue una película de nuevo excesivamente larga, excesivamente sobreactuada (Daniel Day Lewis está insoportable) y excesivamente histérica en su puesta en escena. Todo pretende ser a lo grande, ampuloso y apabullante para el espectador, pero a la postre resulta cansino y reiterativo. En cualquier caso, esta película sería el primer encuentro entre Scorsese y el que sería su nuevo actor fetiche, Leonardo DiCaprio, tras su fructífera unión artística con Robert De Niro.
De nuevo con DiCaprio, rodó la nuevamente excesiva “El aviador” (2004), anodina recreación de la vida de Howard Hughes que parecía planificada al detalle para ganar el tan ansiado Oscar que a Scorsese se le venía escapando desde hacía más de 35 años.
Tendría que esperar hasta “Infiltrados” (2006), remake de la película “Infernal affairs”, tras un extenso documental sobre Bob Dylan (“No direction home”, de 2005), para conseguir el Oscar. “Infiltrados” recupera un pulso que Scorsese no mostraba desde “Casino”. No es una obra maestra pero sí un muy interesante thriller, largo pero mucho más ligero que la mayoría de sus películas de extensa duración, entretenida y vibrante. DiCaprio hace un buen trabajo, en contraposición a un sobreactuado Jack Nicholson.
Habrá que admitir que Martin Scorsese es uno de los cineastas más importantes de su generación y que con el tiempo será todo un clásico, pero a mí en su cine me falta capacidad de síntesis y me sobra un cierto tono de "qué guay es la mafia, tío, qué guay el rock and roll de los 50, cómo molan las peleas y las carreras de coches". Si hablamos de mafia, que me pongan la trilogía de “El padrino” de su amigo Francis Ford Coppola. Esas sí son, al menos las dos primeras, obras maestras.
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