¿Existen las películas necesarias? Necesarias no lo sé, pero sí las películas convenientes, las que es bueno que se hagan y Salvador, segundo largometraje de Manuel Huerga estrenado 10 años después de Antártida, es una de ellas. A lo largo de dos horas y cuarto que pasan en un suspiro, se nos narra la historia real de Salvador Puig Antich, el último condenado a muerte del régimen franquista asesinado mediante garrote vil. Salvador fue un joven catalán que militó en los últimos años del franquismo en el MIL (Movimiento Ibérico de Liberación), grupo anarquista que se dedicaba a atracar bancos para ayudar al movimiento obrero y editar publicaciones clandestinas. Durante un tiroteo, un guardia civil resultó muerto y Puig Antich gravemente herido. Fue juzgado en consejo de guerra y condenado a muerte por un régimen con sed de venganza tras el atentado contra Carrero Blanco. La ejecución se realizó en una celda de la cárcel Modelo de Barcelona el 2 de marzo de 1974.
La película de Manuel Huerga, proyecto levantado por el productor Jaume Roures que recibió el apoyo de las hermanas de Salvador, está dividida en dos partes bien diferenciadas. En la primera, a través de continuos flashbacks, se expone la militancia de Puig Antich en el MIL, su creación, sus acciones y su relación con dos mujeres bien distintas. El pulso narrativo de Huerga es impecable, ágil, con nervio y estupendamente filmado. La ambientación, la reconstrucción de las acciones del MIL y las revueltas callejeras están resueltas con una veracidad y una solvencia fuera de toda duda. En la segunda mitad de la película, se muestra la lucha de sus hermanas y abogado por impedir la ejecución de la sentencia de muerte, las últimas horas del condenado y el asesinato en sí mismo. Es en este tramo del largometraje cuando el ritmo decelera y la intensidad emocional aumenta hasta límites difícilmente soportables, llegando a un final en el que resulta necesaria la exposición brutal y sin concesiones del asesinato de Salvador Puig Antich.
La película huye hábilmente de dos aspectos a los que fácilmente podría haber recurrido: el maniqueísmo ideológico, ensalzando la figura de Salvador y mostrándolo como un héroe o un mártir y el sentimentalismo superficial. Y es que en la parte final no se debe confundir intensidad emocional, rabia, desgarro y veracidad, con búsqueda de la lágrima fácil. Huerga resuelve todos estos aspectos a golpe de talento y honestidad.
Salvador presenta una factura técnica impecable: una fotografía cuidadísima, un montaje ejemplar y una selección de canciones portentosas (Bob Dylan, Leonard Cohen, King Crimson, Jethro Tull…) que conviven con la sentida y emocionante banda sonora de Lluís Llach, quien también aporta una hermosísima y nueva versión de I si canto trist.
El plantel de intérpretes está a un nivel altísimo, encabezado por un excelente Daniel Brühl, sobrio y contenido pero capaz de trasmitir a la perfección la insoportable angustia de un condenado a muerte. No se deben pasar por alto los extraordinarios trabajos de Leonardo Sbaraglia -en una de las mejores interpretaciones de su carrera- y de Tristán Ulloa, más que convincente en el papel de abogado de Salvador. En papeles más pequeños pero brillantemente defendidos están los siempre convincentes Joaquín Clement y Antonio Dechent, la naturalidad cautivadora de Leonor Watling, la frescura de Ingrid Rubio y las sentidas y emocionantes intérpretes de las cuatro hermanas del protagonista.
Película intensa, extraordinariamente planificada y realizada, emocionante y desgarrada, angustiosa y llena de rabia contenida, Salvador es un portento de narración cinematográfica que nos recuerda que el régimen de Franco, el régimen de los toros y el fútbol, el del sol y las playas, el de “Spain is different”, el de los curitas y las monjitas, el de las rumbas de Manolo Escobar y Peret (impagable la escena en la que se comunica a la familia del reo su condena a muerte mientras en la televisión se escucha “Canta y sé feliz”) fue también el régimen de la represión, del fascismo más repugnante, de la tortura y el asesinato impune. En definitiva, un régimen criminal que el buen cine nos recuerda de vez en cuando con peliculones como Salvador.
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